viernes, 1 de julio de 2016



En la escalera del Anexo 5 to 4 ta TM año 1977 — con Viviana Lopez MandatoriPatricia Gularte PietraPerla Scheindelman LavyAlejandra Tirra yNora Dominguez.

Promoción 1977 5to. 4ta.




Espirómetro


Foto año 1963 4to. 5ta.


Foto año 1972 4to. 5ta.


Promoción 1964 5to. 1ra. con profesora Mercedes Argamasilla


Foto anual de 3ro. 3ra. año 1965


Placa en agradecimiento a Francisco Dietrich


El Sr. Dietrich efectuó una donación para la ampliación del 1er. piso del edificio .


Boletín Ministerio de Justicia e Instrucción Pública año 1943





 Decreto Nro. 143811 que crea la Escuela Nacional de Comercio "Manuel Belgrano" 




Decreto 143678 de distribución de partidas  y Anexo E con partida para el Colegio Manuel Belgrano                               




Año 1972 Curso 4to. 3ra.


Egresados 1998 con Norma Marta Pezzano


jueves, 30 de junio de 2016

Entrega de diplomas promoción 1969 5to. 5ta.


Profesor Carlos Guerra
Directora Sra. de Viola
Marta García

Fiesta Egresadas promoción 1969 5to.5ta

Fiesta de Egresadas Promocion 1969 5to 5ta T.T. de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha las alumnas: Carmen Podesta, Sara Beraldi, Di Primio, Profesor Enrique Doval, Silvia Gonzalez, Alicia Giraldi, Profesor Carlos Guerra, Irma Balquinta, Marta Garcia, Estela Maris Castro, Nilda Aondi, Cristina Di Sanzo, Susana Gentille, Filomena Gaeta, Lidia Gil, Nélida Acebal, Rita Lasch, Marta Rojas, Noemi Blanco, Alicia Palacios, ?????, Peralta, SENTADAS: Alicia Caviglia, Monica Lloveras, Liliana Paradiso, Susana Derudi, Beatriz Sabelsky, Cristina Bobbio, Maria Cristina Lopez  




Promoción 1969 5to. 5ta.

Foto Anual Promocion 1969 5to 5ta. PARADAS: Alicia Palacios, Filomena Gaeta, Rita Lachs, Cristina Di Sanzo, Monica Paul, Marta Garcia, Marisa Menegazzi, Nilda Aondi, Cristina Bobbio, Lidia Gil, Emma Capriotti, Mely Laterza, Irma Balquinta, Esther Yamashiro, Marina Garcia, Alicia Giraldi, Beatriz Sabelsky, Estela Maris Castro, Carmen Podesta, SENTADAS: Maria Cristina Lopez, Nélida Acebal, Silvia Gonzalez, Liliana Di Primio, Susana Derudi, Marta Rojas, Beatriz Peralta, Noemi Blanco, DE RODILLAS: Alicia Caviglia, Sara Beraldi, Liliana Paradiso, Monica Lloveras y Diana De Rocco — 

miércoles, 22 de junio de 2016

Encuentro con la profesora de Educación Física Sra. de Tartalo


 Hola chicas!



¡¡No saben lo que me pasó!!

Estaba deseando llegar a casa para escribirles.

Esta mañana salí para hacer las compras que el calor no me había dejado hacer los días anteriores.

A eso de las 2 de la tarde terminé en Avda. Maipú al 300, iba a la frutería y me estaba por cruzar con una señora como nosotras tal vez un poquito mayor 




Me llamó la atención el verde brillante de la pollera, su blusa de un blanco níveo impecable y el corte de pelo re prolijo (menos canosa que yo).

¿Vieron cuando el cerebro emite señales de algún tipo de atención?.

El mío empezó a molestarme con éso antes de cruzarla .... qué la conocés, qué de dónde, qué estás equivocada ..... cuando de golpe apareció un vestigio de idea!!.

Me sacaba la duda o me quedaba con en entripado (¡Qué palabra rara entripado!).

Salí corriendo para atrás porque ya hacía casi 3 frentes de casa que la había cruzado, también con tanto rebuscar en mi cerebrito no sería raro que hubiera llegado a mi casa que está del otro lado de la Gral. Paz .... bastante bien que se portó!!

La pasé caminando para atrás y dándole la cara, quedé de frente a ella, pensé que si la sorprendía por la espalda podía asustarla.

...... disculpe Sra. ¿ Ud. no era profesora de Educación Física del Comercial 7 ?, la señora me miró fijamente preguntándose tal vez ¿de dónde salió esta veterana?.  Con un suspiro que no sé que significaba contestó EEERAAA ...... ya sé, quiso decir  "hace muuuuucho tiempo", seguro que quiso decir éso.

¡¡No saben la alegría que me dió!!.

Ella seguía seria, pero yo me reía como una marmota (nunca ví reirse a las marmotas, por qué diran así??).

A todo ésto empecé a hablar y no paraba, le dije en que años había estado en el cole, le dije mi edad actual, le dije que no me acordaba el año en que la tuvimos a ella, le dije que estaba mejor que en esa época y es verdad!!, la señora seguía mirándome seria y sin emitir sonido ... y yo seguía .... al final empecé a hacerle preguntas, por empezar cómo se llamaba porque no tenía la más palida idea de su nombre ¡¡ajjjjajjjaja!!.


Cuando mi emoción dejó paso al sentido común ... me callé y ahí empezó ella a decir su primer y segundo nombre, su apellido de soltera (nada me era familiar) hasta que dijo su apellido de casada ... "TARTALO" y ahí la ví en mi recuerdo.


Me dijo que hoy cumplía 89 años y que el encontrarse conmigo había sido el mejor regalo que había recibido, que deseaba que sus hijos se enteraran de este hecho (debe ser viuda o divorciada porque no dijo lo mismo del Don Tártalo).  Que no deseaba saber cómo la recordábamos, le dije que yo bien, ya que me gustaba la materia. Seguía tan circunspecta como en el pasado,  no le ví los dientes (no sonrió), pero sí sé que se fue muy feliz y agradecida porque la había reconocido.

El relato fue un poco largo pero quería contárselos tal como lo había vivido, porque al igual que ella quedé más que contenta del encuentro.

Bueno, otra anécdota para recordar de nuestro querido Comercial.

Besos.

Blanca Spadoni
Promoción 1962 5to. 1a.

Relatos de Egresadas Promoción 1962 - 5to. 1a.



ALBUM DE RECUERDOS
5° Año 1ª División
Turno Mañana
Escuela Nacional de Comercio N*7 “Manuel Belgrano” 1958‐1962

En el mes de Marzo de 1958, un grupo de 45 alumnas que habían dado muy bien su examen de
ingreso, se incorporaban a la primera división de la Escuela Nacional de Comercio N*7 “Manuel
Belgrano”.
A pesar de nuestros pocos años, traíamos la experiencia del colegio primario, pero muy lejos
estábamos de saber lo que sería la del secundario y que cada una de nosotras la viviría de forma e
intensidad diferente.
Todas las mañanas durante 5 años, el numeroso alumnado del Comercial, nos reuníamos en el
salón de actos donde las Srta. Martí nos saludaba y con una marcha de la que ya no recuerdo sus
acordes, nos dirigíamos a nuestras respectivas aulas, donde comenzaría nuestro día escolar.
Días maravillosos para casi todas, los juegos, las risas, los exámenes, las copiadas, las compañeras,
las amigas, los sufrimientos por no saber las lecciones, las sopladas, las medias corridas, los
intercolegiales, los bailes, las disculpas para que no nos tomaran pruebas o lecciones, las rateadas
y … Bariloche, que fue el broche final de esos días, nos colmó de dicha.
Cuántos y qué hermosos recuerdos de esa época.
La excelente formación que recibimos, los profesores, por los que varias de nosotras se vieron
influenciadas en sus estudios y actividades, fueron un paso importante para que posteriormente
varias compañeras se destacaran con reconocimiento social en diferentes áreas como las ciencias,
el arte, el deporte, la docencia y todas pudiésemos encarar la vida con herramientas y dignidad.
En estos relatos y estas fotos se encuentran parcialmente reflejados instantes de todo eso que
vivimos y que queremos compartir con todas aquellas personas que transitaron por las aulas del
Comercial 7.
Agradecemos y valoramos la formación e instrucción recibida y el compañerismo que el grupo
humano que nos formó fomentó en la promoción 1958‐1962, que cumplió 50 años de su egreso
en 2012 y aún se sigue encontrando anualmente.

Nuestros recuerdos
¿Cómo llegamos a ser alumnas del Comercial N°7 “Manuel Belgrano”


ALICIA PUGA - Mi historia con el Comercial 7

“Había terminado el colegio primario en el Colegio del Sagrado Corazón de la calle Cramer y
siguiendo un autoimpuesto mandato de ayudar a mi padre en su negocio Dr. Scholl’s decidí que
tenía que seguir comercial y para eso debía abandonar lo colegio religioso, donde solo podía
cursar magisterio o nacional y buscar un colegio comercial
Un vecino de la cuadra, que estaba involucrado con el Comercial N° 7, les indicó a mis padres
que esa era la mejor opción. Me inscribí, estudié, raspando pasé el examen de ingreso, estaba
tan nerviosa que apenas logre el puntaje mínimo como para entrar.
Allí comenzó mi vínculo con el querido Comercial N° 7.
Recuerdo el aula de 1° 1ª y la profesora de matemáticas, tan seria y exigente que me daba mucho
miedo y a mi primera compañera de banco: Diana Solis. Nos hicimos amigas y hasta compartimos
vacaciones juntas con mis padres
También mi anécdota de tercer año, cuando, mi escaso espíritu deportivo, que sigue intacto
hasta hoy, me llevo a eludir todo lo posible mi participación en los juegos de voleibol.
La profesora (recuerdo que tenía una hermana melliza), me descubrió ocultándome detrás del
piano al momento de la elección de las participantes para los equipos que iban a jugar… eso me
valió que me mandara a examen en diciembre. El único examen que tuve que rendir en mis 5 años
de secundario. Para eso tuve que aprender las reglas de los diferentes juegos y repetir algunos
ejercicios.
Fue una lección. Muchas veces, luego, me encontré con la profesora en la calle y nos reímos
juntas de esta anécdota.
Me viene a la mente la profesora de Literatura, la Sra Robin, que me hizo amar la lectura hasta el
día de hoy, la profe de Contabilidad, Sra Asla Moreno, quien me sugirió la carrera que luego
seguiría en la Universidad: Publicidad ‐en la facultad de Historia y Letras de la Universidad del
Salvador.
La profesora de taquigrafía…, la llamábamos “Circulito”, por el énfasis que hacía con ese signo,
esa materia me dio mucho trabajo, al punto que terminé tomando unas clases privadas con la
misma profesora, a la que fatalmente tenía que volver a enfrentarme al año siguiente. Tal fue la
obsesión con esa materia que durante todo ese verano, lo pase, trasladando a puntos y rayas
cuanto anuncio encontraba por donde iba. Ese ejercicio mental, me valió, para mi gran sorpresa,
que al año siguiente fuera una luz en esa difícil escritura.
Recuerdo con afecto a la profesora de Merceología, que nos asombró con los procesos de cómo
se “hacen las cosas”, su nombre: María Mercedes Argamasilla y hasta nos invitó a ir a conocer su
casa a la que se había mudado recientemente.
¿Recuerdan los bailes que organizábamos para recaudar fondos para el viaje de fin de carrera?
Más de un romance se inició en esos bailes
Recuerdo los inspectores de SADAIC que se presentaban a cobrar por los derechos de la música
que se propalaba y que se llevaban gran parte de los ingresos que lográbamos por entradas.
Nuestra última aula, la de 5°1ª, precaria, en un extremo del patio, con la algarabía de la
preparación del viaje a Bariloche. Viaje que no pude realizar y me toco seguir yendo al colegio,
mientras el grupo de las viajeras estrenaban su alegría y su aventura.
Por todo esto y mucho más, amo al viejo Comercial N°7 y amo esta hermosa unión que nos ha
quedado a través de los años. Gracias a todas mis compañeras de aulas y de vida, siempre
estarán en mi corazón.

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ANA LUISA ROESCH  -Testimonio y recuerdos de mi paso por mi Comercial 7.

“Es primavera de 1957. Estoy cursando el 6º grado en el Colegio Esteban Echeverría, de Vidal y
Pampa, en Belgrano, y las compañeras de mi grado, que recuerdo, que luego me acompañaron
haciendo la “cola para el examen de ingreso”, todas con la misma cara de susto, eran Isabel
Velázquez, Esther González, y otra de la que solo recuerdo su apellido, Carrizo.
En esa fila tan importante, donde sin saberlo conscientemente, comenzábamos nuestro largo
camino, lleno de esperanzas y expectativas personales, conocí también a Diana Solís. Charlando
nos deseamos mutuamente lo mejor y esperando quizá volver a encontrarnos juntas, en la clase
que nos tocara en suerte. Sin saberlo en ese momento, comenzamos luego una amistad, que sería
para toda la vida.
La preocupación que yo tenía, cuando me dijeron que iba a estudiar para “PERRITO” MERCANTIL,
que iba a aprender, entre muchas materias, a escribir a máquina, taquigrafía, contabilidad…, que
íbamos a tener una profe por materia, que el colegio era de PRIMERA y CON FAMA DE MUY
EXIGENTE, y que debía estudiar muchísimo para poder quedarme en el TURNO DE LA MAÑANA, si
APROBABA EL DIFÍCIL EXAMEN DE INGRESO, todo eso me rondaba la cabeza, cuando llegué a casa al mediodía, al terminar las clases, un día de primavera de 1957.
Al mismo tiempo pensaba, habría clases de dibujo y pintura? Porque quería poder seguir
haciendo lo que tanto me gustaba. Pero sabía, pues me lo explicaron en casa, que lo primero era
tener un estudio que me preparara para una buena salida laboral .
En ese momento no tenía ni idea, de cuánto le iba a agradecer a mis padres, el haber elegido
bien, por todo lo que iba a acontecer luego en mi vida, al fallecer sorpresivamente mi papá, y yo
consternada, cumpliendo 17 años, ese mismo día.
Al terminar mis estudios secundarios, pude comenzar a trabajar enseguida, pudiendo y
sabiendo aplicar, casi TODO lo aprendido, por la forma eficiente y concreta de enseñanza que
allí tuvimos, en ese querido edificio, con sus aulas de techos altos y escaleras de mármol de la
calle Monroe y Av.del Tejar, en Belgrano.”

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BEATRIZ ZIMMERMANN - Para el Comercial 7

“Llegue aquí como muchas siguiendo los pasos de mi hermana Felisa Celina Zimmermann, cinco
años mayor que yo, que fue siempre primer promedio y figuró en el aquel entonces recordado
“cuadro de honor” que premiaba a las más estudiosas. Ello me trajo varios sinsabores porque ya
que yo no era tan aplicada muchos profesores que fueron también de ella me lo recordaban con la
frase “Ud. No es como su hermana”.
Rememorando aquellos años de excelencia educativa, del empeño de mis queridos profesores que
ponían todo sus conocimientos para guiarnos en nuestra formación, recuerdo a la Señora Martí
(Directora) que nos aguardaba todas las mañanas en la puerta del colegio para comprobar si
teníamos puesto el cuellito blanco que tapaba los otros colores de nuestra vestimenta, para que
solo brillara el blanco de nuestro guardapolvo, los zapatos abotinados y las medias largas.‐ La
Señora Medrano, profesora de Matemáticas de Primer año que nos bajaba puntos si nos
comíamos las uñas. La Señora Jáuregui, Profesora de Geografía que en invierno traía una estufa en
su bolsillo para calentarse las manos. Al hermoso Profesor de los ojos azules Eduardo Poleman de
Instrucción Cívica. A la señorita Martini, Profesora de Historia y tanto otros que guardo con afecto
en el recuerdo y en mi corazón.”

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SUSANA MÁSPERO - Cómo entré al Comercial 7

“Yo cursé la primaria en el Colegio Beata Imelda, una escuela de monjas dominicas de la
Congregación de la Anunciata, en Urquiza. No porque mis padres fueran religiosos, que no lo eran,
sino porque quedaba enfrente de casa y ellos pensaban utilitariamente que así se evitaba que
tomara frío.
Mi madre, que era maestra, enseñaba hasta poco después de casarse y dedicarse a la familia en la
Humboldt Schule, una de las escuelas alemanas que existían en la Capital antes de la Segunda
Guerra Mundial. Cuando la Argentina salió de la neutralidad y declaró la guerra al Eje, el gobierno
argentino procedió a expropiar varios predios pertenecientes a los alemanes, entre las cuales
estaban la Humboldt y la Goethe Schule y el Club Alemán, que se convirtió en el Club de la
Armada. La noche anterior a ese hecho, un grupo de maestros de la Humboldt Schule del que
formaba parte mi madre, junto con mi padre, que era un tipo prestativo y siempre dispuesto a dar
una mano, levantó una pequeña pared de ladrillos en un pasaje angosto que dividía el viejo
edificio del colegio, que pasó a ser la Escuela Argentina General Belgrano, del edificio nuevo que
fue expropiado y destinado al Comercial 7. A esta altura, no sé si esta historia es apócrifa y si
realmente ocurrió de esa manera, pero lo cierto es que siempre tuvo para mí algo de gesta y la
pared en cuestión, que del lado nuestro creo que nunca llegó a ser revocada, quedó de testigo
durante todos los años que pasé delante de ella. Supongo que mi madre siempre conservó una
debilidad por el lugar donde había enseñado y quiso que yo estudiara allí porque, además,
pensaba que el Comercial era una mejor alternativa que el Magisterio o el Bachillerato como salida
laboral. Como en el Beata Imelda la única posibilidad era el Magisterio, y para mí ponerme al
frente de un grado estaba fuera de cuestión, me decidí por dar el gran paso de abandonar el
ambiente conocido y enfrentar uno nuevo: una decisión heroica para mí en esa época.
De manera que mi madre, que siempre se ocupó de seguir mis primeros estudios, participando
activamente en ellos, me preparó para el ingreso con toda la obsesiva dedicación que ponía para
esas cosas y que realmente conseguía resultados, porque recuerdo que salí con un buen dominio
de las materias de ese Manual de Ingreso que debió ser el que menciona Diana (tenía unas tapas
amarillas y un lomo marrón). No recuerdo haber sufrido demasiado miedo en el momento de
rendir pero como nunca fui muy buena para dar exámenes, algo falló y mi madre, que se
destacaba por levantar una tempestad en un vaso de agua, estuvo ululando hasta que nos
entregaron los resultados y anunciando que lo único que quedaba era ir al Valdenegro, un colegio
de menos prestigio al que hacía aparecer poco menos que como la Siberia. Total, que saqué 39
puntos sobre un máximo de 45, un resultado más que pasable.
Del Beata Imelda fuimos tres las que nos presentamos, las dos amigas mías, y todas aprobamos e
ingresamos en el turno de la mañana, pero a las tres nos destinaron a distintas divisiones: Tetel
Martínez, que luego se pasó a la nuestra, fue a 1º 3ª y la otra chica, que era una amiga de la
primera infancia y que vivía en la misma cuadra, quedó en 1º 4ª. De modo que el camino quedó
expedito para, sin condicionamientos, comenzar una nueva vida. Y ésta fue una cosa afortunada
que me sucedió.
Los dos primeros años me senté con Beatriz Zimmermann en el segundo banco de la fila de la
ventana. Los últimos hice una alianza con Pepa Bermúdez, que se sentaba delante de nosotros, y
nos mudamos a los bancos de atrás, más adecuados para desarrollar actividades extra‐curriculares
con que matizar las áridas materias del Comercial. Me recuerdo sumergida en la apasionante
lectura de la epopeya de Exodo, de León Uris, uno de los best sellers más exitosos de la época,
mientras adelante resonaba el zumbido monótono de la voz del profesor de Organización del
Comercio, una materia de la que creo nunca llegué a enterarme de qué se trataba. Los lunes se
juntaban las cabezas para oir la crónica de “mil amores encontrados y desencontrados” (palabras
con que Zulema Martí definía las inscripciones en los baños) ocurridos durante el fin de semana.
Aquí una de las estrellas era Pepa, que los sábados concurría a los bailes del Centro Gallego.
También protagonizó Pepa con otra compañera que no recuerdo la experiencia de hacerse la rata.
Como los padres de Pepa supongo estaban demasiado ocupados para comprobar si la hija decidía
faltar un día a clase, se determinó partir desde dentro del Colegio, una vez dado el presente.
Fuera de cuestión estaba salir por la puerta principal, vigilada por el cuerpo de celadoras, por lo
que el egreso de las dos se hizo por una vía abierta en la pared del terreno de atrás que daba,
pienso, a Av. del Tejar. La experiencia fue llevada a cabo exitosamente, siendo monitoreada por
varias participantes en la planificación que nos quedamos adentro.
A mí estudiar nunca me gustó mucho. Tal vez por la marcación de mi madre o porque habiendo
tenido siempre suficientes incentivos intelectuales por parte de mi familia, el ritmo escolar me
resultaba lento y no me abría demasiadas perspectivas nuevas. En mi casa, los libros eran materia
corriente; mis padres llenaban un termo y un frasco de vidrio con ensalada de papas y nos íbamos
todos a La Plata o a Luján, donde mirábamos las vistas y visitábamos los museos; desde la terraza
de mi casa mi padre nos señalaba las estrellas, en una época en que en el cielo oscuro se veía de
todo: o íbamos al cine y veíamos películas de un nivel que, recuperadas ahora de la web, me
parecen magníficas hasta el día de hoy. Entonces, yo era capaz de leerme de corrido el libro de
historia de Secco Ellauri pero me aburría la dosis homeopática de la lección del día, memorizando
fechas y otros datos trabajosos. Geografía tampoco aportó mucho: por esa época circulaba en la
familia un libro “Viaje alrededor del mundo”, de un tal Joaquín Torres, un español. Lo leímos
chicos y grandes y aunque ahora me parece superficial, despertó en mí la pasión por los mapas y
luego, por los viajes. Ni hablar de Geografía Económica de la Argentina, una materia por entonces
tan sin interés que nunca encontraba las energías suficientes para abrir el libro y estudiar la
lección. Luego sufría ataques de pánico de que la profesora, una mujer corpulenta de pelo blanco
que vivía de faltazo en faltazo, me llamara a exponer el tema del día. Durante años, después de
dejar el colegio, sufrí de pesadillas por ese motivo. Lo cierto es que no recuerdo que nunca me
llamara y no me explico cómo calificaba porque en el boletín, que conservo, figuran unas notas
altísimas. En Taquigrafía, una materia con una profesora seria, practicaba tomando apuntes con lo
que dictaba el profesor de Organización del Comercio. Luego no traducía los apuntes y pasé las
dos materias, sin saber Organización del Comercio y olvidando Taquigrafía en cuanto pude, luego
de lo cual me sentí mucho mejor. En Gimnasia, al igual que Alicia Puga, era una negada: nunca
llegué a esconderme tras el piano pero si veía venir una pelota en mi dirección, sólo atinaba a
levantar los brazos para proteger la cabeza.
Pero no todo fue tan negativo. Algunas cosas aprendí que valoro sobremanera y que me crearon
disciplinas aplicables en la práctica. Algebra aportó las ecuaciones y la técnica de despejar
incógnitas, algo que utilizo hasta el día de hoy. Los principios de la partida doble me dieron de
comer durante 40 años y me otorgaron un marco de control económico y financiero que fue
fundamental en la vida laboral y privada. En Castellano, el Análisis Lógico me permitió apreciar la
estructura de expresión del pensamiento abstracto en los idiomas de nuestro grupo lingüistico.
También fue una lección de vida la del Profesor Vasta de Física respecto a cómo limpiar las pilas
sulfatadas: con un gesto displicente descartó el complejo ácido que recomendaba el libro de texto
y aconsejó usar un trapo. Interesante fue acceder a las técnicas de la elaboración del queso y del
vino en Merceología Orgánica y leer con placer morboso la descripción de terribles enfermedades
en el libro de Higiene. Más modestamente, una materia obsoleta como Caligrafía domó la
escritura ilegible con que trataba de afirmar mi personalidad y me procuró mi primer empleo en
una época en que tenía muy poco más que ofrecer.
Pero además hubo otros aprendizajes. La vida del Colegio y los pintoresquismos de los profesores
incitaban a las risas y comentarios alborotados en la calle y otros lugares públicos. Hasta que la
Sra. de Lisanti, a quien admiraba ciegamente, nos hizo notar que eso era de muy mal gusto. Nunca
más volví a hacerlo y hasta el día de hoy siento horror por ese tipo de manifestaciones. De Lidia
Messina y su genio organizativo, sobre el que no es necesario abundar, recuerdo el discurso con
que nos amonestó por la indiferencia que demostrábamos en los esfuerzos para reunir fondos
para el viaje de fin de curso, no concurriendo a los bailes organizados con ese fin y otras cosas que
he olvidado. Algo a tener en cuenta para tantas situaciones en que se da por sentado el esfuerzo
de unos pocos y luego se cosechan los frutos y hasta se permite criticar las fallas. La escenificación
de Mujercitas, que ofrecimos al recibirnos, adaptada del texto literario por Diana Solís con ayuda
de una profesora, y con Pepa en el papel de Jo, fue un trabajo de equipo inolvidable, si bien
personalmente no hice ningún aporte. Lamento que en esos tiempos no existían los medios
actuales para perpetuar el momento porque sospecho que fue una cosa muy bien hecha. A María
Teresa Caride le estaré por siempre agradecida por el tiempo que nos dedicó fuera de clases,
saliendo de excursión con nosotros y cantando “Pobrecito mi cigarro” acompañándose con la
guitarra. Para mí, cuando entonces era tan verde, constituía el sumum de la sofisticación.
Finalmente, por esos años fue lo de Laica y Libre. Recuerdo que nos reunimos fuera del Colegio
para debatir tan importante tema, en una primera aproximación a la participación y a la militancia.
A qué conclusiones llegamos, no tengo idea, pero me pregunto qué entendía yo del asunto.
Porque, ¿qué tenía de criticable la enseñanza libre? ¿Acaso “libre” no es una palabra que merece
ser aprobada? Luego hubo ocasión de toparse con más de esas proposiciones bellamente
empaquetadas y atadas con vistosos moños. Como la “libre navegación de los ríos”. ¿Acaso los ríos
no están para ser navegados? ¿Y no es mejor si es libremente? O…?
A mí siempre me apasionó la lectura. Y la sociedad escolar hizo sus aportes. Pepa me prestó “Por
quien doblan las campanas”, que sólo aprecié en su valor mucho después. Diana, de quien el
padre era frecuente comprador de libros, aportó “El Manantial”, de Ayn Rand, una rusa delirante
nacionalizada americana y acérrima defensora del capitalismo, que fue mi biblia de cabecera
durante muchos años, ahora caída en el más profundo desprestigio; y “Ella” de Ridder Haggard,
en un delicioso librito de la colección de bolsillo de Aguilar. Todavía recuerdo el horror fascinado
que experimenté cuando la belleza de Ayesha se deshizo en polvo al contacto de las aguas de la
inmortalidad. Con Marta Danieletto leíamos a Hermann Hesse. Me impactó especialmente una
escena de lluvia en “Rosshalde” que, cuando releí la obra muchos años después, no pude
encontrar o pasó desapercibida. Otros libros que signaron aquellos años fueron los protagonizados
por médicos: “La Ciudadela” de Cronin y “Cuerpos y Almas” de Maxence van der Meersch. Este
último lo tuve que leer a escondidas porque mis padres, que censuraban todas nuestras lecturas,
lo consideraron lectura poco apropiada para adolescentes y lo guardaron bajo llave. Un impulso
tengo de procurarme una copia para ver qué inocentada resultaba tan pecaminosa por ese
entonces.
Bueno, esto ya va siendo demasiado largo. Es que con los recuerdos pasa como a Marcel Proust,
que sintió el perfume de una masita y de allí se despachó con los siete indigestos volúmenes de
“En busca del tiempo perdido”. El tiempo perdido recuperémoslo entre todas, que será menos
indigesto.
Susana Máspero. Abril/2014
PS. Agrego un párrafo más porque ayer almorcé con Diana y comentándole yo que lamentaba no
recordar un profesor que trasmitiera esa chispa que despierta el amor por el conocimiento, ella
me señaló lo que Lupi Carballal relatara en su escrito: que su vocación por la Medicina la despertó
el profesor Ozino Calegaris en Anatomía de 3er. Año. Quedé sorprendida porque yo, con Ozino
Calegaris me desternillaba de risa, no porque lo encontrara ridículo, que me parecía muy buen
mozo, sino porque me resultaba invenciblemente cómico sin recordar bien porqué. Entonces
Diana me puso por delante la imagen de Ozino desplegando posters del cuerpo humano mientras
se paseaba extasiado a grandes pasos delante de ellos exclamando “Qué maravilla! Qué
maravilla!”. Fue una revelación. Por eso, quiero rendir un homenaje (póstumo probablemente) al
Dr. Ozino Calegaris que despertó la vocación de Lupi, llevándola a convertirse en la prestigiosa
investigadora que es, con sus logros en el campo de la fiebre hemorrágica y la virología, los que se
reflejan brillantemente para nuestro país y también para nuestra promoción de 5º 1ª. 1962,
donde surgió esa vocación. Y también, por qué no, por todo lo que él me hizo reir por no
comprenderlo, que la risa es buena.
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TERESA ENGSTLER -  Aquí va mi relato

“Corría la segunda mitad del siglo XX. Cursé los estudios primarios en la Escuela Argentina Gral.
Belgrano, que queda al lado del Comercial 7. Fue fundada por ex alumnos de la Humboldt Schule,
dónde ahora funciona el Comercial 7. Sus autoridades de aquel entonces, la directora, señora
Beschinsky, la vicedirectora, señora Nelson, el señor Ibarra y, entre otros, los maestros, señores Gil
y Álvarez Ugarte, eran todos ex alumnos de la Humboldt Schule. Fundaron la mencionada escuela
primaria, que tenía como idiomas el inglés y el alemán; este último idioma luego iba a ser
fundamental para mí.
Mi compañera del alma era Marta Parage. Era una excelente alumna y todos la votaban, en forma
unánime, como “mejor compañera”. Ella, como tenía que votar a alguien, me elegía a mí. Su
madre era una señora muy bondadosa, que siempre me recibía con una sonrisa. Enfermó
gravemente y luego falleció, lo que obligó a Marta a terminar sus estudios secundarios rindiendo
en forma libre. El padre de Marta era contador; los padres influyeron para que ella ingresara al
Comercial 7. Si Marta iba a ingresar al Comercial 7, yo también tenía que hacerlo. Gran vocación la
mía.
Nosotros vivíamos en Villa Martelli. Barrio, barrio. A la tarde, los vecinos sacaban las sillas a la
vereda y uno pasaba entre medio saludando. La inseguridad, ¿qué era eso?. Mi padre, que era
técnico mecánico, había estudiado en Alemania. Tenía una formación intensiva, pues a los pibes,
ni bien ingresaban al secundario, los mandaban a practicar mucho a las fábricas. Como eran varios
hermanos y la casa quedaba chica, emigró muy joven. Primero a Francia, de allí lo enviaron a
Argelia, cuando aún era colonia francesa; luego pasó a Chile y finalmente se estableció en
Argentina, en la década del 30. Aún conservo sus certificados de trabajo de todos esos lugares. Las
historias de los inmigrantes en nuestro país son increibles. Yo, que siempre llevé una vida sin
grandes altibajos y demasiado protegida, no podía entender cómo se movían de un lugar a otro.
Tenía un cargo en las “Fundiciones Santini”, en Villa Martelli. Por comodidad, vivíamos enfrente
de la fábrica; primero alquilamos y luego compramos la casa. Recuerdo que se trabajaba en dos
turnos, sonaba la sirena para entrar a cada uno. Las chimeneas humeaban. Había ruido en todo
Villa Martelli, por las muchas fábricas y talleres. La falta de trabajo no existía.
Para ir al Comercial Nº 7, tomada el colectivo 67 (en aquella época 267), en la parada final. Mi
madre siempre decía que le diera el asiento a las personas mayores o, si no tenía ganas, que me
ubicara en el fondo. Siempre daba mucho el asiento. Hoy en día, de un tiempo a esta parte,
(Hum...) siempre hay alguien dispuesto a dármelo y hasta se disculpan si no me ven. Todo vuelve.
En el primer año iba al Comercial con un cuello blanco dentro del guardapolvo y con zapatos
abotinados. Era obligatorio. La celadora, señorita Elorza, revisaba si se cumplía esto. El cuello
blanco molestaba y los zapatos “Gomycuer” no se gastaban nunca. En un día caluroso, había que
sentarse en el banco con toda esa ropa. Afortunadamente, en los años siguientes, esto dejó de
usarse.
La Directora, señorita Zulema Martí, nos recibía diariamente en el descanso de la escalera;
nosotras saludábamos. El funcionamiento de la escuela era de primerísimo nivel.
Siempre estudiaba mucho; era la única forma que tenía para conseguir las cosas. Por ahí, otros
llegaban en forma natural, pero yo tenía que dedicarme. Me fue bien con el Comercial 7; logré
aprobar siempre las materias, sin llevarme ninguna a examen.
Recuerdo que una vez no había entendido que tenía que estudiar una lección. La profesora de
Educación Democrática, señorita Smith Estrada, me llamó al frente. Al decir “no estudié”, me puso
un uno. Era justo antes de Pascuas. Al salir, estaba llorando en la parada del colectivo. Justo pasó
Silvia Nocito, una compañera de los primeros años. Me dijo que al menos pasara las Pascuas
tranquila. Imposible. Fueron cuatro días de duelo. La profesora de Matemáticas, señora Medrano,
aparte de introducirnos en el fascinante mundo de las matemáticas, tenía una obsesiva
preocupación que nadie se comiera las uñas. Así es que trajo una enciclopedia y nos hizo leer la
definición del término onicofagia, que no dejaba bien parado a nadie que tenía esa costumbre.
Blanca Spadoni, que se sentaba en el primer banco, me avisaba que se estaba enrojeciendo mi
cuello mientras daba lección. Ana Luisa Roesch tenía una letra hermosa. Yo también quería tener
esa letra; practicaba y practicaba. Aún hoy me dicen que tengo linda letra, aunque la artrosis ya
aporta lo suyo. En la materia Mecanografía nos enseñaban la parte teórica, había muy poca
práctica. Durante las vacaciones iba a las Academias Pitman, a aprender a escribir con todos los
dedos. Me encantaba ir, pues me permitía pasear por Cabildo. A los quince años mi padre me
regaló una máquina manual Remington; todavía la tengo y creo, que hasta funciona. En la década
del 80 pasé a la máquina eléctrica, y años más tarde, a la computadora. Me parece increíble todo
el cambio tecnológico que hubo en tan poco tiempo.
En las vacaciones también estudiaba “corte y confección”; era lo que se estilaba en mi época.
Recién llegaba la televisión en blanco y negro a los hogares. Nosotros todavía no la teníamos, pero
sí la modista que enseñaba. Nos reunía alrededor de la mesa para dar clases y, de paso,
mirábamos “la novela”.
Cursaba las materias sin grandes problemas. Los profesores eran excelentes; tenían una formación
extraordinaria. Nos trataban de usted, y hasta intuía que me apreciaban. Eso me dio una gran
seguridad luego en la vida, para afrontar situaciones difíciles.
La profesora de Merceología, señorita María Mercedes Argamasilla, nos llevó a visitar la Kasdorf,
una empresa de productos lácteos de aquel entonces. Un pequeño grupo de nosotras fue con ella.
No es que me interesara mucho como se elaboraban los productos; me encantó, pues me permitía
espiar por dentro el mundo laboral, al que probablemente pronto iba a ingresar. A Educación
Física íbamos con un bombachón y encima una pollera azul acampanada, que me chingaba para
todos lados. Me encantaba practicar volley, pues me salían bien los saques. La que mejor jugaba,
era Blanca Spadoni. Un día, un grupo de nosotras quería hacer algo distinto. Nos hicimos la
rabona, no recuerdo en que materia, refugiándonos en el fondo del patio de la escuela. Fue una
travesura. Tuvimos que dar explicaciones para evitar que nos amonestaran.
En 5º año, Ana Luisa Roesch llegó una mañana con un hermoso canario Roller. Colgamos la jaula
en la pared del aula prefabricada, anexa al edificio, dónde cursábamos, hasta que llegara la hora
de la salida. Este canario cantaba divinamente, alegró mi hogar durante muchos años.
De todos los eventos, bailes, venta de rifas, se ocupaba Lidia Messina. Lidia falleció muy joven y el
“alma máter” que organizaba las reuniones pasó a ser Blanca Spadoni, que puntualmente, cada
año, se ocupa de convocarnos. Ahí juntamos energía para largo rato.
En la foto de fin de curso de 5º año y en las de graduación todavía llevamos el largo de falda
debajo de la rodilla. En ese tiempo, Mary Quant, en Londres, había lanzado la minifalda, que iba a
revolucionar el mundo de la moda y la época. Comenzó a imponerse en los años siguientes.
Al decir de Alicia Bigi, éramos un grupo de chicas hermoso. Cada cual era como era, nos
aceptábamos. Eso estaba bien, era natural. Hay algo profundo en la aceptación; creo que eso fue
lo que posibilitó que luego nos siguiéramos reuniendo hasta hoy, después de cincuenta años. Es
un milagro. Casi nadie tiene esa posibilidad. Se lo cuento a mucha gente, y dicen que no saben
cómo hacemos. Se quedan admirados. Hasta hicimos una excursión por el Tigre, en Catamarán,
para festejar el 50º aniversario de egresadas.
Al terminar el secundario, quería descansar un año, según mi criterio, de tanto estudiar. Logré
convencer a mi padre que nos regalara el viaje a Alemania, a mi madre y a mí, para conocer a mis
parientes. Viajamos en los barcos de la línea argentina de bandera, Líneas Marítimas Argentinas
ELMA. Transportaban pasajeros y carga. A la ida nos tocó el buque Yapeyú. Éramos cinco mujeres
en un camarote. Había que organizarse. Pero me vino bien, pues dos de ellas tenían
aproximadamente mi edad, y así tenía compañía para andar en cubierta y visitar los puertos. Al
salir de Santos, el buque había completado la carga, y en un hueco se armaba la pileta, con lonas y
sogas. Me sentía en la gloria disfrutando de ella, en alta mar. El viaje, creo, duró veintitrés días. El
barco entró por el Mar del Norte. El primer puerto fue Vigo; allí pisé por primera vez suelo
europeo. Luego vino el puerto de Le Havre y finalmente, Hamburgo. Regresamos, haciendo la
travesía inversa, con el buque Alberto Dodero.
Cuando volví, quería empezar a trabajar para ganar mi plata. En una empresa grande, mi trabajo
consistía en revisar cálculos. Tenía una compañera que ya había pasado los treinta años y hacía
exactamente el mismo trabajo que yo, con dieciocho años y ninguna experiencia en la vida. Luego
me contó que había sido secretaria en otra sección y el jefe la reemplazó por una más joven, la
que le dijo que allí no había trabajo para dos. Ese día volví a mi casa con la indignación que me
salía por la punta de los pelos. Les dije a mis padres que quería una profesión que me sirviera en la
vejez y que no quería tener jefe.
Con vocación o sin vocación, me anoté en la Facultad de Ciencias Económicas, en la carrera de
Contador Público, pues se ingresaba en forma directa. Cursé y rendí muy bien el ciclo matemático
y el ciclo jurídico. En el ciclo económico no fue así, rebotaba siempre. Ahora, con el caballo en
medio del río, ¿qué hacer? Abrí casualmente un libro y leí una frase: Porque no es utilitaria. Sentí
claramente que era una respuesta dirigida hacia mí.
En dicha Facultad también se cursaba la carrera de Traductor Público. Las materias aprobadas me
servían, sólo tenía que rendir Alemán. Creo que Dios guió mis pasos; no me dejó huérfana. La
carrera luego pasó a la Facultad de Derecho, y allí la terminé. Me da muchas satisfacciones,
todavía trabajo. El Colegio de Traductores Públicos de la Ciudad de Buenos Aires acaba de
nombrarme Benemérita, en reconocimiento a mi labor y trayectoria. Con dos Traductoras de
Italiano, una de Francés, una de Inglés, una de Portugués, y yo, de Alemán, intercambiamos el
trabajo según sea el idioma requerido. Siempre les digo a mis colegas, que si llego a volver y el
Alemán todavía existe, la vuelvo a elegir.
Cómo veo la vida hoy. Como una gran escuela de entrenamiento. Aquí hay un dicho muy antiguo:
Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires. Algo de eso hay.
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GUADALUPE CARBALLAL - Cómo entré al Comercial 7

“Yo era, esa edad una niña, tal como ahora aunque ya no mas niña. Termine la primaria
en una escuela de monjas en Villa Urquiza, que está al lado de la Iglesia del Carmen y tuve
excelentes maestras. Recuerdo que mi madre habló con la maestra última, creo que seria de 7o
grado y ella le dijo que yo tenía capacidad para hacer algo humanístico, letras, filosofía, etc.
Pero mi madre quería que yo fuera contadora. Porque, no lo sé. Y entonces me anotó en el
Comercial 7 !. Y así fue que me encontré con ese maravilloso grupo humano que fueron todas
Uds. Por supuesto que la contabilidad nunca me interesó en lo absoluto !
No recuerdo si en el primer o segundo año tuvimos un excelente profesor de anatomía o Salud
(no recuerdo como se llamaba esa materia) que me impresionó mucho y decidí que quería ser
médica. Cuando le dije esto a mi madre no estuvo de acuerdo. En esa época, las mujeres no
estudiaban Medicina habitualmente.
Pero no me importó. Entonces tuve que dar muchas materias de equivalencias porque en ese
momento con el título del Comercial no se podía ingresar a la Facultad de Medicina. Dí exámenes
de muchas materias durante los dos últimos años del Comercial y obtuve el título de Bachiller y
con ese sí pudo ingresar a Medicina.
Y no me arrepiento. Si volviera a nacer estudiaría de nuevo Medicina. Pero con una diferencia: no
me dedicaría a la investigación científica como lo hice, sino que me gustaría atender pacientes, ver
y tocar y escuchar a seres humanos.....
Como Uds saben yo dediqué a la investigación en Virología, fui investigadora del CONICET y
docente universitaria en Microbiología. Fuí Profesora Titular en la UBA por concurso, en la
Facultad de Medicina, después en CEMIC. Ahora soy Profesora Consulta en CEMIC y Profesora
invitada en la UCA, donde dicto un posgrado en Virología.
Mi trabajo fue y sigue siendo la investigación científica en Virología: diseño y escribo trabajos que
se publican en revistas extranjeras. Escribí 4 libros de Virología para estudiantes y médicos . El año
pasado me dieron el Premio Konex a la trayectoria científica.
Todo esto, lo debo a la excelente educación recibida en el Comercial 7. Los profesores eran
extraordinarios. ¡Cómo desearía que en esta época difícil que vivimos la educación pública fuera
similar a la que nosotros recibimos !
Por todo esto puedo decir solamente gracias al Comercial 7 y a todas Uds. mis queridas
compañeras de este largo viaje que es la vida.
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DIANA SOLIS - Cómo entré al Comercial 7

“Cursé mi 6° grado en la escuela República de Nicaragua, en la calle Bazurco a media cuadra de
Artigas. No puedo recordar si con mis compañeras hablábamos de los colegios secundarios y de
qué haríamos cuando termináramos la primaria. Pero estoy segura, aunque ya no se lo puedo
preguntar, de que fue mi papá quien eligió esa escuela comercial para que hiciera el secundario. El
era empleado en el Banco Central, donde había ingresado a partir de una nueva especialidad, el
manejo de máquinas IBM. Era un hombre muy joven, también en sus creencias, y pensaba que
una mujer tenía que tener herramientas para ganarse la vida, ya que, según él, nunca se sabía
cuándo lo necesitaría.
Vivíamos en Villa Pueyrredón, mi maestra era la Señora Coluccio quien, junto con su esposo Félix
(que después supe era un renombrado especialista en folklore), preparaban alumnos para el
examen de ingreso a primer año. Había que estudiar mucho para entrar en la escuela elegida. El
texto era el “Manual de Ingreso” de Pedro Berrutti, que todavía conservo. La segunda opción si
uno no lo lograba era la escuela de “Valdenegro y Nuñez”. ¿Qué querría decir eso? Todavía me lo
pregunto. Creo que significaba una escuela más lejana o tal vez más fea. Seguramente era una
fantasía pero así funcionaba el incentivo para estudiar mucho y poder entrar al Comercial N°7.
En la cola para inscribirme conocí a Ana Luisa Roesch y sucedió algo mágico: seguramente ella
venía de su clase de dibujo y aprovechando el tiempo hizo un retrato al lápiz en una hoja
amarronada que aún conservo. No hace mucho la hice enmarcar y allí estoy, raya al costado,
flequillito, mi cara de los 12 años y el comienzo de una gran amistad.
Después, los resultados del examen, entrar a primer año primera división turno mañana,
sentarme en el banco de atrás con Susana Inés Máspero, ir conociendo los nombres de cada
compañera, escuchar a cada profesor y profesora, sentir miedo e interés por partes iguales,
descubrir materias, historias, el mundo. Nuestra Directora, que nos saludaba como princesas
todas las mañanas, la profesora de Geografía que me hizo amar los vientos y las lluvias, las
montañas y los desiertos, los países y su gente, la profesora de Economía Política que selló mi
futuro, qué menos que emocionarme al recordar cada rostro.
Cuando llegué a 5° año ya no era la misma: esa escuela, esas materias, esos profesores, esas
compañeras, me habían modificado. Al sentarme a escribir esta pequeña historia y no poder
reconocer quién era y qué entendía yo cuando entré a primer año (fíjense que sólo hablo de mi
papá!) tomo más conciencia del valor de todo lo que recibí y me siento profundamente
agradecida, porque pude crecer, ganarme la vida y tener compañeras que me acompañan, en lo
profundo de mi corazón, para siempre.
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DELIA CERINO - Reflexión sobre mi ingreso al "cole"

“A mediados de 1957 cursando el último grado del colegio primario, ante la encrucijada de elegir
que estudiar, averigüé que había 4 posibilidades de enseñanza: Profesional, Normal, Comercial y
Bachillerato.
Mi primera elección basada indudablemente por mis pocas ganas de estudiar , fue una escuela
Profesional de mujeres en donde se formaban a las alumnas en los oficios relacionados con
tareas domésticas, como corte y confección, bordados, arte decorativo, por lo que fue rechazada
por mi padre con el argumento de que esas tareas me las podía enseñar mi madre.
Mi segunda elección, guiada posiblemente por mi sentido de comodidad, más que de una
auténtica vocación docente, fue ingresar al Colegio Normal que quedaba a unas cuadras de mi
casa. También fue vetada por mis padres pensando en mi futuro económico, dado que ya en esa
época los maestros estaban muy mal remunerados y con esa preparación no iba a poder
autoabastecerme.
Como en ese momento ni pasaba por mi cabeza seguir una carrera universitaria, deseché la idea
del Bachillerato, que era la puerta de ingreso a la Universidad. Por lo tanto sólo quedó disponible
la opción del Comercial. Mi hermana ya estaba cursando los estudios en el Comercial Manuel
Belgrano Nro. 7. El colegio gozaba de muy buen prestigio, así que lo único que faltaba era
prepararse bien para dar el examen de ingreso, porque como era muy requerido en la zona, se
necesitaba notas altas para ingresar.
El día del examen, en la fila para entrar me puse a hablar con una chica tan nerviosa como yo, se
llamaba Blanca. Nos volvimos a encontrar el día que fuimos a buscar los resultados del examen y
nos enteramos que las dos habíamos aprobado y nos correspondía turno mañana, 1ª. División.
Desde el primer día de clase hasta que terminamos el secundario compartimos el mismo banco, el
primero al entrar al aula. Juntas fuimos conociendo a las otras compañeras, a los profesores, a las
autoridades del colegio. Entablamos amistades que trascendieron las horas de clase y que aun hoy
conservamos. Con ellas compartimos momentos, de alegría, de euforia, de tristeza, de temores y
broncas.
Nos fuimos formando con el aporte de todos con los que nos relacionamos en el colegio, algunos
influyeron más que otros. Unos como modelos a seguir y otros por contraste, también nos
enseñaron. En mi caso, un profesor que no era popular entre el alumnado, muy capaz pero nada
carismático, me ayudó a decidir ingresar en la Facultad de Ciencias Económicas, porque consideré,
que si a pesar de su manera tan técnica y poco motivadora de exponer los temas, esa materia me
interesaba, eso era lo mío, y así fue, porque terminé mi carrera sin dificultad.
Hoy doy gracias a esa intromisión de mis padres en la decisión de mis 12 años, eso hizo que
ingresara al Comercial 7, a mi querido Colegio, porque no es sólo un edificio o una institución
ahora es la representación de mi adolescencia, del pase de niña a joven junto a mis compañeras y
a los docentes que me ayudaron a capacitarme para afrontar las responsabilidades de una vida
adulta.”



Nuestras canciones:

Música de Mi Buenos Aires Querido/ Letra: el grupo

Mi Bariloche querido cuando yo te vuelva a ver
No habrá más penas ni olvidos.
La luna llena reflejada en el Huapí
Tienen tus calles un encanto juvenil
Entre tus nieves aprendimos a vivir.
Eres un sueño imposible de definir
Tus cumbres negras salpicadas de marfil
Una promesa y un suspirar y en la partida comenzamos a llorar.
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Canción de la amistad: (La cantaba Diana, coreada y llorada por todas nosotras.)

Se va la luz, se esconde el sol,
Pero siempre ha de brillar,
La antorcha que en su fuego da,
El calor de la amistad.
Adios, adiós, nunca quizás
Volveremos a encontrarnos,
Pero en la brisa quedará
Nuestro canto de amistad.
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Música del tango” A media Luz”/ Letra: Irene Mendez
Monroe 30 ‐6‐1
2da.pieza al final
Es un aula de madera
Pulgas y ratas ahí hay
Piecita que decoramos
Con toda devoción
Y en el aula vecina
Se oyen a las educandas
Que cantan y hacen ruido
Porque tienen un motivo
Pues están sin profesor
Y todas tristes están
Porque hay que emigrar
Hacia otros destinos
De rumbo sin final.
Monroe 30‐6‐1
2da. Pieza al final hay porteros y una jefa
Que grita sin descansar
Nosotras no olvidamos
A Pocholo profesor
Con su poncho y sobretodo
Apurado y con resfrío
Entra a la división
Mientras nosotras reímos
De una ocurrencia anterior.
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“El Colegio” Letra: Delia Cerino 
El colegio, es el patio con los aros y la arena en el rincón
El colegio, es la sala, el escenario y el balcón
El colegio, es el aula, los pupitres y el manchón,
Es la prueba, la soplada, la disculpa y la rateada
Y es el timbre salvador.
El colegio, desearía que nunca tuviera fin
El colegio, es un trozo de la vida estudiantil
El colegio, es la charla y las risas al salir,
Es la típica hora libre, son los gritos y los nervios
Y es el discurso sin fin.